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De entrada, fresca. Que no esté marchita y que tenga, incluso, gotitas de agua (de origen, se entiende).
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Cuanto más verdes, mejor. Las hojas exteriores son más sabrosas y saludables. Aprovechadlas.
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A la nevera. Conservadla sin que toque las paredes, en la zona menos fría posible (a los cajones o arriba) y dentro de una bolsa de plástico.
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Despacio. En deshojadas sucesivas, id arrancando de la mata las hojas que necesitéis, y lo que no os haga falta ahora mismo, que continúe entero y sucio a la nevera. Si tenéis huerto, no arranquéis lechugas enteras, sino sólo las hojas que os hagan falta, y permitid que la planta continúe creciendo.
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Con las manos. Lavarla toda de golpe por comodidad y volverla a meter en la nevera, así activará la oxidación; para minimizarla, arrancad las hojas con las manos y no las troceéis.
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Metálico, no. Si decidís usar un cuchillo, que sea de cerámica (o de plástico). El metal la oxida más.
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A chorro de grifo. Evitad dejar las hojas en remojo, ya que afecta las propiedades y la conservación. Lavadlas de una en una y, enseguida, enjugadlas.
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Huir del centro. ¿Enjugarlas o sacarles el agua os da pereza? Centrifugadla Sirve, también, para conservarla en la nevera una vez escurrida.
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A la mesa. Aliñadla al momento. Si lo hacéis antes, el ácido del vinagre la marchitará.
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De casa. Comprad lechuga de variedades diferentes y mezcladlas vosotros mismos. El mesclum casero es más barato, más sabroso y más nutritivo que no el de bolsa.