Sólo hay que ver una lubina que supere el kilo y medio para darse cuenta de que estamos ante un pescado noble. El cuerpo alargado y el color plateado, más oscuro en el lomo y prácticamente blanco en la ventresca, le dan un aspecto de guerrero con armadura. La cabeza, ahusada y acabada con unos labios curiosamente carnosos, que cierran una boca mucho más pequeña de lo que resulta una vez abierta, completa la sensación de pez poderoso. Se trata de un pescado con una carne compacta, firme, con pocas espinas y con un sabor fino y delicado. El mejor momento para consumirlo es en los meses fríos, a pesar de que actualmente es posible degustarla todo el año gracias a la lubina de cría.
Lubina cocinada / Thinkstock
En el momento de comprarla, es importante saber elegir una buena lubina. A simple vista puede no parecer fácil reconocer si es fresca o no, pero nos tenemos que fijar en un detalle: el color blanco-plateado del vientre y de los lados. Cuanto más intenso es el color, más fresco es el pescado. A pesar de la apariencia feroz, la lubina, una vez llegada a la cocina, se convierte en un ingrediente delicado que, gracias al hecho de que tiene pocas espinas, se presta fácilmente a ser fileteada.
Lubina con limón / Thinkstock
Última observación: a partir del momento en el que cortéis la piel de la pieza, evitad al máximo poner el pescado o el filete bajo el grifo, para reducir al mínimo la disipación del sabor.
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