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La manzanilla es una planta herbácea de flores blancas y muy aromáticas con los pistilos de color amarillo intenso, muy parecido a la margarita, que crece de manera silvestre en terrenos cultivados.
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La manzanilla a menudo se toma como infusión, hirviendo agua caliente y echándola sobre las flores (normalmente, secas) y dejando que se infusionen, para después colar el agua restante.
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En la cocina, el agua de la manzanilla la podemos usar como agua saborizada en cualquier receta donde pongamos agua, por ejemplo, para hervir un arroz. También podemos hacer una leche o una nata infusionada con manzanilla y darle varios usos, como por ejemplo una crema catalana hecha con sabor de manzanilla o unas trufas con aroma de manzanilla.
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También podemos usar las flores secas cómo si fueran cualquier otra hierba culinaria (orégano, albahaca, menta) y añadirlas, por ejemplo, a los ingredientes de unas galletas o unas magdalenas.
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La manzanilla la podemos adquirir en forma de flores frescas (una forma poco usual), en forma de flores secas o en forma de bolsitas para hacer las infusiones (la forma más habitual), que se encuentran en grandes superficies o en los mercados.
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Normalmente, cuando se prepara en infusión, la manzanilla se mezcla con menta o hinojo, puesto que son dos hierbas que potencian los beneficios.
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Los beneficios principales de la manzanilla son que calma los nervios, combate alergias e inflamaciones oculares, aligera los espasmes musculares, alivia la acidez estomacal y las náuseas, y ayuda a aliviar los dolores estomacales.
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Las flores de manzanilla frescas, por ejemplo, se pueden añadir a una ensalada, a una sopa o a una bebida. Del mismo modo, se puede usar el óleo esencial que se extrae para complementar alguna receta.
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De la manzanilla, como aromatitzant o formando parte de la receta (como infusión o de manera directa), podemos hacer cremas, helados, confituras, caramelos, trufes, rellenos de bombones o incluso aires.
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Podemos guardar la manzanilla seca mucho tiempo (seis meses) sin que pierda las propiedades. Las flores frescas duran un día o dos, como mucho, y la mejor manera de conservarlas, si no las queremos consumir frescas, es secándolas (sobre un trapo, por ejemplo) a temperatura ambiente una semana, aproximadamente, porque nos duren mucho más tiempos.